José Luis Sánchez Piñero
Eran las dos de la tarde de una soleada
jornada de enero. Llevábamos horas esperando el feliz acontecimiento
cuando decidimos calmar el hambre con un ligero tentempié. Al regreso,
seguimos esperando un rato más.
Cansados de esperar, fuimos al mostrador. Preguntamos si sabían algo.
“¡Claro, ha nacido a las dos y diez! Os hemos llamado y nadie ha venido.”
“Qué puntería”, pensamos.
Una hora después, accedimos a la zona donde se podían ver los recién nacidos.
La primera impresión fue eso: una
impresión. Ver llegar una enorme criatura, con unos pies y unas manos
enormes, y saber que ese pequeño es tuyo no puede describirse con
palabras. Hay que vivirlo. Es una emoción indescriptible.
Ángel nació rápido y creció más rápido
aún. Pronto aprendió a comunicarse, sorprendía esa capacidad para
encadenar frases con poquísimos meses. Apenas había cumplido seis meses
cuando, en la consulta de la pediatra, el pequeño se puso a teclear el
ordenador. La doctora le preguntó a mi señora que qué estaba haciendo el
niño, a lo que ella respondió con naturalidad: “Nada, es que su padre
trabaja con ordenador y él suele hacer eso”. Pero aquello no era normal,
ni mucho menos habitual que un niño tan pequeño asociara el trastear el
teclado y esperar que en la pantalla saliera alguna información. A mi
mujer eso le dio las primeras pistas, aunque lo fue negando durante
mucho tiempo, como no dándole importancia.
Yo lo sabía, claro que lo
sabía, reconocía muchas cosas propias en él. Pero no quise forzarle lo
más mínimo, no quería apretarle las clavijas para que su potencial se
actualizara demasiado rápido y luego tuviera los problemas que solemos
tener las personas con pensamientos fuera de lo común. Le dejé seguir
aposta su camino. Ya sería él quien marcara su propio desarrollo.
Estaríamos ahí para apoyarle cuando lo necesitara, pero generar
expectativas propias e interiorizárselas me parecía atroz. Muchos padres
actúan así sin apenas advertir que eso puede se contraproducente.
Pasaron
los años y esa curiosidad fue apagándose a medida que el sistema
coartaba su fantasía, su capacidad de pensar fuera de los límites y
reglas expresas o implícitas en el sistema educativo. Se sentía raro en
clase, sus compañeros se lo decían cuando hablaba de cosas que a los
demás parecía no importarles. Fue duro para él sentirse distinto y verse
en cierto modo rechazado por ello.
A él le gustaba jugar con los niños, pero
a veces pecaba de pesado porque le gustaba hacerlo a su modo, con sus
reglas. No lograba empatizar con los demás y eso le hacía sufrir. Sentía
que todo el mundo estaba contra él, que nadie le quería, y se aisló.
Tampoco encontró mucha complicidad en
algunos de sus educadores, y la grave enfermedad de su madre le hizo
entrar en una profunda crisis anímica. Fueron momentos duros para todos,
pero él era muy pequeño para asimilarlo sin verse arrastrado por la
corriente emocional.
En ese momento decidimos buscar ayuda
profesional. Acudimos a un centro que elegí personalmente porque sabía
que allí lo entenderían. Tras una primera entrevista y algunas pruebas,
se constató que Ángel era “potencialmente superdotado”. Esa palabra,
“potencialmente”, era la clave de todo. Teníamos una semilla y, si
queríamos que diera buenos frutos (resultados académicos o vitales),
debíamos cultivarla (educarla) adecuadamente.
El problema con el que nos encontramos,
llamativamente habitual, es que Ángel no tenía un “rendimiento
excepcional en todas las áreas”. Al parecer, ese era un requisito
indispensable para ser considerado un niño de alta capacidad. Entonces
no lo entendíamos, como la inmensa mayoría de los padres, desinformados
como están de estos asuntos. “¿Cómo se puede exigir rendimiento a priori
si lo normal es que se produzca una vez sea desarrollado ese
potencial?”, me preguntaba sin encontrar respuesta. Luego la encontré.
Según parecía, se había tomado un modelo de intervención que se
utilizaba como modelo de identificación. Se pasaba de una meta, un
objetivo a posteriori que requería trabajo y cultivo de potenciales, a un requisito a priori
que se exigía para tener derecho a una atención específica de apoyo
educativo. Se pide a los niños que tengan no una inteligencia por encima
de la media, sino una inteligencia MUY por encima de la media. Se exige
a los niños que tengan una brutal implicación en la tarea, que estén
hipermotivados, sin plantearnos si lo que les ofrecemos es
suficientemente motivador para niños que se salen de los cauces
habituales y repetitivos del sistema. Y se le reclama una creatividad
exuberante, como si ésta no fuera otra característica a desarrollar con
una educación que la favorezca.
Esos
criterios, fuera de todo sentido común, limitaron las opciones de que
Ángel fuera atendido. Y como el informe que tenía era privado, luego
comprobamos que la competencia pertenecía a la administración, de modo
que solicitamos una evaluación, pero queríamos estar informados. Nadie
nos lo comunicó, simplemente nos entregaron a los pocos días un papel
cortísimo en el que se emitía un informe desfavorable. Ángel nos contó
que había salido un par de días con la psicóloga del centro a hacer
algunos ejercicios y nada más. Aquello era irregular, pero no teníamos
forma de demostrarlo porque era nuestra palabra contra la de quienes
habían hecho la prueba y quienes habían firmado ese informe incompleto
en el que no se hacía referencia alguna al contexto familiar y social
del niño. Lógicamente, si nadie nos había entrevistado, ¿qué iba a poner
ahí?
Aquello nos desanimó bastante, por lo que
dejamos estar el tema. Para nosotros lo importante era que Ángel
recuperara su autoestima y no tuviera esos problemas relacionales que le
impedían ser feliz en clase.
Por
fortuna, ASA Málaga nos tendió una mano, y la cogimos. Eran pocas
familias, pero allí conoció a algunos niños con intereses y pensamientos
similares con los que conectó de inmediato. Le trabajaron las
habilidades sociales y poco a poco fue haciéndose con las herramientas
adecuadas para socializar. El cambio, en positivo, fue brutal. Y con el
cambio de educadores, definitivo. Aquello era otra cosa.
Desde entonces, todo ha cambiado
muchísimo. Seguimos dotándole de herramientas para que sea feliz aunque
se aburra soberanamente en clase y sus notas sean bastante pobres para
el potencial que tiene. Con los profesores tenemos ahora una relación
mutua de colaboración muy fructífera, dentro de las limitaciones
inherentes a esta situación.
Ahora Ángel ha encontrado una mina en el
magnífico programa de empoderamiento impartido por su “nuevo profe” Rafa
Palomo, promotor y ejecutor de la idea. De hecho, según el propio Rafa,
Ángel ha sido el único de sus alumnos que se ha salido del marco
educativo para trabajar con él el diseño y construcción de una máquina
para volar, el gran sueño de mi pequeño. Volar y salir de su angosta
realidad. El espera ilusionado que llegue cada jueves para poder hacer y
desarrollar su potencial en el área que más le motiva. Ahí sí se
implica hasta las trancas y ahí sí muestra la creatividad que se le
niega en otros contextos. Su capacidad de aprendizajes es orgánica y no
mecánica, en eso se parece al padre. Necesita complejidad, incertidumbre
y ambigüedad. Necesita que las cosas no estén cerradas, sin posibilidad
de crítica ni de aportar ideas. Necesita algo diferente a lo que
recibe. Y como lo que recibe está muy alejado de sus necesidades, su
potencial se apaga poco a poco en el ámbito curricular. Por fortuna
hemos encontrado que ASA Málaga trata de cubrir esos huecos en la medida
de sus modestas posibilidades, y fomentamos que esos sueños no se
conviertan en pesadillas gracias a la incomprensión generalizada.
Ángel tiene un hermano menor, Israel, que
no ha sido precoz pero que con el tiempo ha ido actualizando
potenciales insospechados. Y es que hay niños “gasolina” que actualizan
pronto y otros niños “diesel” que necesitan algo más para aflorar. Cada
niños es un mundo, una maravilla por descubrir, y el docente que vive su
profesión con pasión lo entiende así y se desvive por atender a todos
en su propio espacio de actualización adecuado, como pide y exigela
Convenciónde derechos del niño en su artículo 29 a todos sus estados
miembros.
Todos somos responsables de que el
sistema no se transforme como necesitaría, y por lo tanto todos somos
responsables en el cambio. El talento es un fruto que genera muchos
beneficios sociales. Sólo hay que ver el clarísimo ejemplo de reversión
que es el propio Rafa Palomo, un joven con altas capacidades que
reflexionó sobre la importancia de hacer algo por mejorar los talentos
proporcionándoles las herramientas y el poder de ser sus propios agentes
en el desarrollo de sus capacidades. Un lujo que si lo convirtiéramos
en algo generalizado la sociedad saldría ganando. En momentos de crisis,
apostar por la educación del talento, de todos los talentos (todos
tenemos uno o varios de ellos, siguiendo a Gardner), es apostar sobre
seguro. Cultivar la cantera produce grandes beneficios que revierten en
la propia sociedad que apuesta por ello. Y no se hace por lástima, sino
por genuina responsabilidad social porque, repito, todos somos
responsables en el cambio. Un futuro mejor requiere un cultivo mejor.
Requiere cultivar a cada semilla en su propio campo y con sus propios
métodos. No es lo mismo cultivar un tubérculo que una fruta exótica, y
esta realidad es la que debemos tener en mente siempre.
Es nuestra apuesta. Es mi apuesta. Y debe ser la apuesta de todos.
José Luis Sánchez Piñero
Presidente de ASA Málaga
Fuente: AOSMA
Me ha encantado leer este escrito . No tiene desperdicio. Se podría reflexionar un largo rato sobre qué tipo de educación estamos dando. ...Se les pide creatividad exuberante, como si ésta no fuera otra característica a educar en la escuela. No, no lo es. No en la escuela de hoy. Todavía no.
ResponderEliminarMe he identificado como madre en este texto, ¿por qué se dan las mismas situaciones en diferentes lugares? Solo algunos de estos maravillos niños tienen unos padres capaces de luchar por ellos y buscar el origen de sus problemas ¿y qué pasa con los otros? ¿y si es demasiado tarde y el daño ya está hecho? ¡Cuanto talento desperdiciado! y cuanto trabajo queda por hacer en educación.
ResponderEliminarMe siento muy identificada con esta situación.¡¡ Que bonito es disfrutar de un niño así, si le dedicas tu tiempo y tu atención, aunque tiene algunos inconvenientes y te exige mucho esfuerzo es maravillosa la recompensa que recibes.
ResponderEliminarCatalina, yo también me he identificado como madre. Y me pregunto lo mismo. Depende de los padres...? ¿ de los profesores que se encuentren?... Creo sinceramente que la escuela podría responder más fácilmente a estos niños y a cualquier otros con otras necesidades si fuera más abierta, si valorase la creatividad, si les dejaramos de enmarcar, mejor dicho encajonar dentro de lo que se espera de ellos. Como tú dices ... mucho por hacer
ResponderEliminarCatalina,yo pienso que depende de muchas cosas, por experiencia personal te diré que son muy importantes los profesores que se encuentren a lo largo de su trayectoria académica, pero sin duda el trabajo de los padres también lo es. Yo tuve la mala suerte de que mi a hija le tocara una profesora "poco implicada" y me esforzé para suplir todo aquello que la profesora no le daba. Creo que no podemos dejar en manos de la escuela toda la responsabilidad, necesitamos la implicación de todo un conjunto. Es difícil pero no imposible!!
ResponderEliminarGracias a tod@s por vuestros comentarios y aportaciones personales, sin duda enriquecen este blog como ninguna otra cosa.
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