En España se pierde a profesionales en cuya formación se ha invertido mucho. Recuperarlos es clave, pero nadie esboza planes para facilitarles el regreso.
“He estudiado en una universidad y en un colegio públicos estupendos. España se ha gastado un pastizal en mi educación y ahora que trabajo, mis impuestos y la riqueza que produzco se quedan en Perú, un país que no ha invertido ni un duro en mí. Es terriblemente incoherente, y una pena”. Al otro lado del teléfono, la voz de Carlos Ríos delata su indignación. Este arquitecto de 33 años ha encontrado en Lima lo que había perdido en Madrid: la posibilidad de desarrollarse profesionalmente y optar a un sueldo acorde con su formación.
Es uno de los miles de titulados superiores, miembros de la generación más preparada de España, que están protagonizando “una fuga de talento sin precedentes”, en palabras de la ministra de Empleo Fátima Báñez. Una huida de cerebros que nadie contabiliza aunque, en opinión de expertos como Lorenzo Cochón, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, comprometa la posibilidad de transformar el sistema productivo y vencer la recesión. Las medidas para frenarla o habilitar un camino de vuelta aún no se han planteado ni sobre papel.
Casi el 40% de los españoles de entre 25 y 34 años son licenciados universitarios, según datos publicados en 2010 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Un porcentaje que está por encima de la media de la OCDE (37%) y de la Unión Europea (34%).
Pero no existen cifras oficiales sobre cuántos de estos titulados han emigrado a consecuencia de la crisis económica. Y en esa falta de datos se ampara un debate político sobre la dimensión y trascendencia de la fuga de cerebros.
El ministro de Educación, José Ignacio Wert, ha contradicho a Báñez. En una entrevista con RNE, minimizó el problema. Sostuvo que la salida representa “menos de la sexta parte” de la cifra que se baraja —unas 300.000 personas—, ya que estaría hinchada por los descendientes de españoles nacionalizados gracias a la Ley de Memoria Histórica. “Son gente que ha adquirido una educación superior en su país y que aparecen como un incremento de la población española [en el extranjero], pero que siempre han vivido en ese país”.
Más allá de las estadísticas demográficas, otros datos ayudan a perfilar la fuga de cerebros. Según un estudio de la empresa de recursos humanos Adecco, entre 2008 y 2010 se duplicó el número de españoles que buscaba trabajo en el extranjero. Eran en su mayor parte hombres de entre 25 y 35 años, y altamente cualificados; sobre todo ingenieros, arquitectos e informáticos. El último Eurobarómetro de la Comisión Europea descubre que casi 7 de cada 10 jóvenes españoles estarían dispuestos a marcharse, un 32% de ellos por un tiempo largo.
“¿Cuál es la alternativa? Quedarse en España significa, en muchos casos, no trabajar o pasar a formar parte de ese 44% de titulados que están sobrecualificados para los puestos de trabajo que desempeñan [la media de la OCDE es del 23%]. Viven frustrados y no pueden hacer planes de futuro porque no tienen ingresos suficientes después de pasarse años estudiando. Es lógico que acudan a países donde es posible acceder a puestos de nivel”, explica el profesor de Economía José García Montalvo, de la Universidad Pompeu Fabra.
Emigrar mejora la calidad de vida de los titulados, pero el balance de la fuga de cerebros para España es claramente negativo, en opinión del catedrático Cochón. “Quien trabaja fuera puede mandar remesas a su familia, pero esa no es la solución. Se necesita un sistema empresarial competitivo, cosa que solo se logrará contando con el personal mejor cualificado. Hemos invertido mucho en formar a los jóvenes, y ahora se les está empujando hacia fuera”.
Según la Encuesta de Población Activa, en España hay un millón de licenciados en paro. Profesionales a los que pueden tentar trayectorias como la de Sara González, una ingeniera aeronáutica que habla cinco idiomas y que, a sus 26 años, ha conseguido trabajo bien remunerado en una empresa puntera en Reino Unido. Pero hacer las maletas no es sinónimo de firmar un contrato. “Cada vez llegan más españoles a Londres. Creen que aquí están todas las oportunidades pero muchos acaban haciendo camas o sin empleo”, advierte González.
Rosa Castillo sabe de eso. Esta ingeniera en telecomunicaciones, con doctorado incluido, se descubrió un día trabajando de limpiadora en un gimnasio de Lugano (Suiza). Saltó, como ella misma dice, “de la telemática a la fregona”. Hace dos años, el proyecto de investigación del que formaba parte se quedó sin fondos y decidió seguir a su novio —también ingeniero de telecomunicaciones—, que había encontrado un empleo en Suiza. Ella no tuvo tanta suerte. “Compites con gente igual de formada que tú, pero que además domina el idioma y tiene experiencia en ese mercado”, argumenta. Cuando iba a tirar la toalla, conoció a otros españoles residentes en Suiza a través de spaniards.com. Se trata de una web que pone en contacto a comunidades de emigrados de todo el mundo y cuya frenética actividad y creciente número de miembros perfila las dimensiones de la fuga de cerebros. Gracias, en parte, a los consejos que recibió en el foro, la historia de Castillo tiene final feliz: ahora trabaja de ingeniera en Berna.
Su novio, Adrián Tineo, no considera que su marcha sea una pérdida para España. “Somos como una avanzadilla, una suerte de embajadores. Vivimos en un espacio europeo de libre circulación. Debemos asumir que la gente se va a mover para mejorar sus condiciones de vida”, apunta. Él siempre tuvo claro que para “medrar como científico” tendría que irse.
Amaya Moro Martín, portavoz del colectivo Investigación Digna, coincide en que “una estancia en el extranjero es imprescindible para que un investigador se forme”. Ella misma trabajó durante 11 años en Estados Unidos. Pero denuncia que la contratación en los centros de investigación ha bajado tan brutalmente que no deja a los científicos más alternativas que irse o abandonar su tarea.
Muchos de los que ya se han marchado no pueden regresar. Aunque quieran. Es el caso de Inés Folch, astrofísica. Investiga en Toulouse cúmulos de galaxias y, ante la falta de plazas en España, ha decidido opositar al CNRS, el equivalente francés del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “No es solo que no haya ofertas, es que toda la generación de investigadores que deberían ser ya funcionarios están haciendo de tapón a los que venimos detrás”, afirma Folch.
Un dato ilustra el éxodo actual de investigadores jóvenes, al menos dentro del sistema científico estatal: la edad media de los trabajadores del CSIC es de 58 años. La de los otros organismos públicos de investigación ronda los 55, según Moro. Para ella, más que una fuga de cerebros se está produciendo un exilio forzoso con consecuencias nefastas para el futuro de España. “La Comisión Europea ha dicho claramente que la investigación, el desarrollo y la innovación son los motores del crecimiento y el empleo, herramientas imprescindibles para salir de la crisis. El Gobierno lo ha suscrito, pero lo que está haciendo es perder a las generaciones mejor formadas que tiene y con ellas la posibilidad de cambiar el modelo productivo y vencer la recesión”, asegura.
Ya en 2009 uno de cada cinco doctores había vivido fuera durante al menos tres meses desde el año 2000, según la última encuesta sobre recursos humanos en ciencia y tecnología, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El 34% de ellos se fueron motivados por el fin del contrato o de su posgrado. “Cuando lleguen las vacas gordas, España no tendrá suficientes cerebros y deberá importarlos”, dice Moro.
El profesor de economía García Montalvo cree, sin embargo, que la fuga de talentos puede tener su lado positivo. “Muchos volverán más formados, sin frustraciones y habiendo descubierto otras formas de hacer las cosas. Ocuparán puestos importantes y, desde esa atalaya, podrán favorecer criterios meritocráticos y otro tipo de valores para transformar el sistema español que está muy anquilosado”, expone.
Rafa Bolívar, violinista de 33 años, es uno de los miles de jóvenes talentosos a los que les ha resultado más fácil hacerse un hueco fuera que dentro de España. Y eso que Londres, donde vive, es “mil veces más competitivo desde el punto de vista musical que Madrid”. Es concertino en el teatro Covent Garden, ha montado un trío de cuerda y da clases. “El Gobierno británico me pagó para que me hiciese profesor titulado. Concede una subvención durante los nueve meses que dura esta versión del Certificado de Aptitud Profesional (CAP) español”, cuenta. Él, que como adelantaba García Montalvo ha descubierto las bondades de la meritocracia, no regresará a España para predicarla y cambiar el sistema. Se queda en Londres. “Me inscribí en las pruebas para la Orquesta Nacional y ni siquiera me escucharon tocar. Me dijeron que no tenía currículo”.
¿Es fácil regresar una vez que se ha disfrutado de buenos sueldos o de “unos estándares profesionales superiores a los españoles”, como apunta Tineo? Sara González es de las que quiere desandar el camino. “Pero al leer los periódicos y hablar con amigos me doy cuenta de que volver no será tan fácil como lo fue irse y me siento impotente”, afirma.
Para Cochón ese es el gran riesgo de la fuga de cerebros: “Se ha invertido mucho en formar a profesionales cualificados y ahora puede perderse para siempre todo ese capital. No hay que temer su libre circulación, pero el saldo para España debe ser positivo al final”. Sánchez Montalvo considera que las consecuencias de esta crisis son imprevisibles: “La recesión del 83 duró cinco años; la del 92, cuatro; pero esta va camino de batir récords y cuanto más tiempo pasas fuera, más desconectado estás y más difícil es el retorno”.
Fuente: El País
“He estudiado en una universidad y en un colegio públicos estupendos. España se ha gastado un pastizal en mi educación y ahora que trabajo, mis impuestos y la riqueza que produzco se quedan en Perú, un país que no ha invertido ni un duro en mí. Es terriblemente incoherente, y una pena”. Al otro lado del teléfono, la voz de Carlos Ríos delata su indignación. Este arquitecto de 33 años ha encontrado en Lima lo que había perdido en Madrid: la posibilidad de desarrollarse profesionalmente y optar a un sueldo acorde con su formación.
Es uno de los miles de titulados superiores, miembros de la generación más preparada de España, que están protagonizando “una fuga de talento sin precedentes”, en palabras de la ministra de Empleo Fátima Báñez. Una huida de cerebros que nadie contabiliza aunque, en opinión de expertos como Lorenzo Cochón, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, comprometa la posibilidad de transformar el sistema productivo y vencer la recesión. Las medidas para frenarla o habilitar un camino de vuelta aún no se han planteado ni sobre papel.
Casi el 40% de los españoles de entre 25 y 34 años son licenciados universitarios, según datos publicados en 2010 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Un porcentaje que está por encima de la media de la OCDE (37%) y de la Unión Europea (34%).
Pero no existen cifras oficiales sobre cuántos de estos titulados han emigrado a consecuencia de la crisis económica. Y en esa falta de datos se ampara un debate político sobre la dimensión y trascendencia de la fuga de cerebros.
El ministro de Educación, José Ignacio Wert, ha contradicho a Báñez. En una entrevista con RNE, minimizó el problema. Sostuvo que la salida representa “menos de la sexta parte” de la cifra que se baraja —unas 300.000 personas—, ya que estaría hinchada por los descendientes de españoles nacionalizados gracias a la Ley de Memoria Histórica. “Son gente que ha adquirido una educación superior en su país y que aparecen como un incremento de la población española [en el extranjero], pero que siempre han vivido en ese país”.
Más allá de las estadísticas demográficas, otros datos ayudan a perfilar la fuga de cerebros. Según un estudio de la empresa de recursos humanos Adecco, entre 2008 y 2010 se duplicó el número de españoles que buscaba trabajo en el extranjero. Eran en su mayor parte hombres de entre 25 y 35 años, y altamente cualificados; sobre todo ingenieros, arquitectos e informáticos. El último Eurobarómetro de la Comisión Europea descubre que casi 7 de cada 10 jóvenes españoles estarían dispuestos a marcharse, un 32% de ellos por un tiempo largo.
“¿Cuál es la alternativa? Quedarse en España significa, en muchos casos, no trabajar o pasar a formar parte de ese 44% de titulados que están sobrecualificados para los puestos de trabajo que desempeñan [la media de la OCDE es del 23%]. Viven frustrados y no pueden hacer planes de futuro porque no tienen ingresos suficientes después de pasarse años estudiando. Es lógico que acudan a países donde es posible acceder a puestos de nivel”, explica el profesor de Economía José García Montalvo, de la Universidad Pompeu Fabra.
Emigrar mejora la calidad de vida de los titulados, pero el balance de la fuga de cerebros para España es claramente negativo, en opinión del catedrático Cochón. “Quien trabaja fuera puede mandar remesas a su familia, pero esa no es la solución. Se necesita un sistema empresarial competitivo, cosa que solo se logrará contando con el personal mejor cualificado. Hemos invertido mucho en formar a los jóvenes, y ahora se les está empujando hacia fuera”.
Según la Encuesta de Población Activa, en España hay un millón de licenciados en paro. Profesionales a los que pueden tentar trayectorias como la de Sara González, una ingeniera aeronáutica que habla cinco idiomas y que, a sus 26 años, ha conseguido trabajo bien remunerado en una empresa puntera en Reino Unido. Pero hacer las maletas no es sinónimo de firmar un contrato. “Cada vez llegan más españoles a Londres. Creen que aquí están todas las oportunidades pero muchos acaban haciendo camas o sin empleo”, advierte González.
Rosa Castillo sabe de eso. Esta ingeniera en telecomunicaciones, con doctorado incluido, se descubrió un día trabajando de limpiadora en un gimnasio de Lugano (Suiza). Saltó, como ella misma dice, “de la telemática a la fregona”. Hace dos años, el proyecto de investigación del que formaba parte se quedó sin fondos y decidió seguir a su novio —también ingeniero de telecomunicaciones—, que había encontrado un empleo en Suiza. Ella no tuvo tanta suerte. “Compites con gente igual de formada que tú, pero que además domina el idioma y tiene experiencia en ese mercado”, argumenta. Cuando iba a tirar la toalla, conoció a otros españoles residentes en Suiza a través de spaniards.com. Se trata de una web que pone en contacto a comunidades de emigrados de todo el mundo y cuya frenética actividad y creciente número de miembros perfila las dimensiones de la fuga de cerebros. Gracias, en parte, a los consejos que recibió en el foro, la historia de Castillo tiene final feliz: ahora trabaja de ingeniera en Berna.
Su novio, Adrián Tineo, no considera que su marcha sea una pérdida para España. “Somos como una avanzadilla, una suerte de embajadores. Vivimos en un espacio europeo de libre circulación. Debemos asumir que la gente se va a mover para mejorar sus condiciones de vida”, apunta. Él siempre tuvo claro que para “medrar como científico” tendría que irse.
Amaya Moro Martín, portavoz del colectivo Investigación Digna, coincide en que “una estancia en el extranjero es imprescindible para que un investigador se forme”. Ella misma trabajó durante 11 años en Estados Unidos. Pero denuncia que la contratación en los centros de investigación ha bajado tan brutalmente que no deja a los científicos más alternativas que irse o abandonar su tarea.
Muchos de los que ya se han marchado no pueden regresar. Aunque quieran. Es el caso de Inés Folch, astrofísica. Investiga en Toulouse cúmulos de galaxias y, ante la falta de plazas en España, ha decidido opositar al CNRS, el equivalente francés del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “No es solo que no haya ofertas, es que toda la generación de investigadores que deberían ser ya funcionarios están haciendo de tapón a los que venimos detrás”, afirma Folch.
Un dato ilustra el éxodo actual de investigadores jóvenes, al menos dentro del sistema científico estatal: la edad media de los trabajadores del CSIC es de 58 años. La de los otros organismos públicos de investigación ronda los 55, según Moro. Para ella, más que una fuga de cerebros se está produciendo un exilio forzoso con consecuencias nefastas para el futuro de España. “La Comisión Europea ha dicho claramente que la investigación, el desarrollo y la innovación son los motores del crecimiento y el empleo, herramientas imprescindibles para salir de la crisis. El Gobierno lo ha suscrito, pero lo que está haciendo es perder a las generaciones mejor formadas que tiene y con ellas la posibilidad de cambiar el modelo productivo y vencer la recesión”, asegura.
Ya en 2009 uno de cada cinco doctores había vivido fuera durante al menos tres meses desde el año 2000, según la última encuesta sobre recursos humanos en ciencia y tecnología, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El 34% de ellos se fueron motivados por el fin del contrato o de su posgrado. “Cuando lleguen las vacas gordas, España no tendrá suficientes cerebros y deberá importarlos”, dice Moro.
El profesor de economía García Montalvo cree, sin embargo, que la fuga de talentos puede tener su lado positivo. “Muchos volverán más formados, sin frustraciones y habiendo descubierto otras formas de hacer las cosas. Ocuparán puestos importantes y, desde esa atalaya, podrán favorecer criterios meritocráticos y otro tipo de valores para transformar el sistema español que está muy anquilosado”, expone.
Rafa Bolívar, violinista de 33 años, es uno de los miles de jóvenes talentosos a los que les ha resultado más fácil hacerse un hueco fuera que dentro de España. Y eso que Londres, donde vive, es “mil veces más competitivo desde el punto de vista musical que Madrid”. Es concertino en el teatro Covent Garden, ha montado un trío de cuerda y da clases. “El Gobierno británico me pagó para que me hiciese profesor titulado. Concede una subvención durante los nueve meses que dura esta versión del Certificado de Aptitud Profesional (CAP) español”, cuenta. Él, que como adelantaba García Montalvo ha descubierto las bondades de la meritocracia, no regresará a España para predicarla y cambiar el sistema. Se queda en Londres. “Me inscribí en las pruebas para la Orquesta Nacional y ni siquiera me escucharon tocar. Me dijeron que no tenía currículo”.
¿Es fácil regresar una vez que se ha disfrutado de buenos sueldos o de “unos estándares profesionales superiores a los españoles”, como apunta Tineo? Sara González es de las que quiere desandar el camino. “Pero al leer los periódicos y hablar con amigos me doy cuenta de que volver no será tan fácil como lo fue irse y me siento impotente”, afirma.
Para Cochón ese es el gran riesgo de la fuga de cerebros: “Se ha invertido mucho en formar a profesionales cualificados y ahora puede perderse para siempre todo ese capital. No hay que temer su libre circulación, pero el saldo para España debe ser positivo al final”. Sánchez Montalvo considera que las consecuencias de esta crisis son imprevisibles: “La recesión del 83 duró cinco años; la del 92, cuatro; pero esta va camino de batir récords y cuanto más tiempo pasas fuera, más desconectado estás y más difícil es el retorno”.
Fuente: El País
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