Hay una línea delgada que separa una infancia plena, abierta a descubrimientos maravillosos, de unos años desgraciados, lastrados por «la diferencia». En este caso, la que marca una mente superdotada. Padres e hijos comentan qué ha significado para sus vidas sentirse distintos y adaptarse a un sistema que apenas los tienen en cuenta.
S. (6 años)
S. (6 años)
La respuesta no está mal si se valora que contesta una niña de seis años, una edad en la que la mayoría no tienen ni idea de lo que es un paleontólogo. S. sí. Tiene un apetito voraz por el conocimiento. Lo ha recuperado, porque lo perdió.
«Nosotros vimos síntomas desde el principio -explica Anna, su madre-. Los veía incluso el pediatra, porque la niña se daba la vuelta sola con un mes. A los seis meses ya hablaba y a los nueve completó un puzle». Anna es orientadora de un centro educativo, por lo que podía intuir lo que ocurría: «Precisamente por mi profesión, quería ver todo lo contrario». S. aprendió a leer en tres días, cuenta su madre, y se convirtió en una devoradora de libros. Sin embargo, su progresión se frenó. Un día dejó de hacer puzles y de leer: «Dijo que se le había olvidado». En realidad, S. se hizo consciente de la diferencia y optó por ponerse al ras de sus iguales.
Tras el diagnóstico, S. fue adelantada un curso. Se saltó el último de infantil y pasó directamente a primaria. «El cambio le ha ido fenomenal -opina Anna-. Cuando me confirmaron que la niña tenía altas capacidades sentí algo de orgullo, pero también bastante intranquilidad, porque sé que hay mucho fracaso escolar detrás. Pero hoy estoy encantada, lo veo como un regalo».
Mientras hablamos, S. está en clase de ajedrez. Además acude a otras de piano, xilófono, a natación, a los talleres de la asociación... «Lo del ajedrez fue una iniciativa suya que ni sé de dónde la sacó. A veces pienso que nos volcamos mucho, demasiadas actividades, pero ves que responde a todo», dice Anna.
En el aula, si acaba antes en la clase de Lengua, la profesora la pone a leer; o a hacer sudokus en la de Matemáticas. Es posible que en un futuro próximo acuda a algunas clases de cursos superiores, incluso que la vuelvan a adelantar antes de acabar la ESO. Pero Anna sabe que en el colegio estarán pendientes de la diferencia para que su hija no se extravíe.
Iris (16 años)
Hace unas semanas, Iris recogió la mención que la acredita como uno de los mejores expedientes académicos de Galicia. Estos días se ha ido a competir en Madrid por una beca para estudiar en el extranjero. Le gustaría irse a China: «Me catalogaron como una superdotada, pero no lo veo como si fuera superior a nadie. Soy igual que mis compañeros, solo que tengo más facilidad para aprender». Iris es un ejemplo de adaptación. Ha completado sus estudios al mismo tiempo que los chicos de su edad en el instituto Santiago Basanta de Vilalba y ha tenido que amoldarse ella sola a la diferencia: «Al principio me aburría tanto que fingía dolores de cabeza para salir de clase». Pese a que profesores y compañeros eran conscientes de que Iris destacaba en el aula, el sistema no fue capaz de diagnosticarla ni adelantarla: «No, no. El sistema no está preparado en absoluto. Si acabas antes, pues te esperas. Y si intervienes mucho, te mandan callar para que participen los demás».
Así que Iris llegó a pensar que no valía la pena esforzarse porque, sin hacerlo, ya sacaba las mejores notas de la clase. Ahora, con su nivel, podría estar cursando tercero en cualquier facultad universitaria. Pero está en primero de bachillerato. Solicitó hacer los dos cursos en uno, pero se lo denegaron. Es más, si consigue la beca para viajar al extranjero, es posible que tenga que volver a empezar a su regreso. Pero no hay desánimo ni reproches en su relato: «Nunca me he sentido infeliz. Puede que perdiera un poco el tiempo en el colegio, pero he mantenido mis amigos y mis aficiones». Estudia viola y toca la guitarra de forma autodidacta, pero con la suficiente solvencia como para versionar a Muse con su pequeño grupo en conciertos de pueblo. Además, este curso se ha interesado por la física y la filosofía: «¿Qué estudiaré?... Mmmm. He cambiado bastante. Ahora me interesa mucho la física del universo, así que supongo que primero haré Física y luego otras».
Xosé, padre de manuel (5 años)
«Me quedé muy tranquilo cuando su maestra me dijo que esperaba estar a la altura»
A Xosé le pasó lo que a muchos padres vinculados a la educación. Fue capaz de detectar precozmente la necesidad de su hijo. Manuel empezó a leer a los cuatro años y se metió en las minúsculas sin pedir permiso: «Su maestra pensaba que le habíamos enseñado nosotros y nosotros que había sido ella», recuerda Xosé. Eso ha facilitado mucho las cosas: el diagnóstico rápido, la entrada en la asociación y el compromiso de la propia profesora con Manuel: «Ha sido muy satisfactorio. Me quedé muy tranquilo cuando su maestra me dijo que esperaba estar a la altura. Y sé que requiere mucho esfuerzo».
Xosé responde siempre que puede a las preguntas sin fin que tiene su hijo Manuel. Sobre la diferencia, le señala el fútbol, al que al niño le gusta jugar, pero donde su nivel no es el mismo que el de otros chavales: «Le digo que hay otros que juegan mejor que él, que cada uno tiene sus habilidades y que la suya es aprender. Eso sí, cuando encuentra a otro niño con el que hablar de dinosaurios, para él es un hallazgo».
Fuente: La Voz de Galicia
cuando aprendamos a valorar y desarrolar las distintas habilidades de la gente,sin infravalorar ninguna sino viendo el aporte de cada una,estaremos en el camino de la igualdad,porque o todos somos iguales por eso no se puede tratar a todos por igual,pero todos merecemos desarrolar nuestras habilidades y que se nos valore
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