Solemos pensar que la creatividad es algo con lo que se nace y que es
un asunto que atañe sólo a los artistas. Pero la realidad es que sin
importar a lo que te dediques, todos la necesitamos.
“Dios, ¿por qué si me esfuerzo tanto, escogiste a alguien tan
indisciplinado y rebelde como Mozart, para ser el medio divino de tu
expresión?” Estas líneas de una escena de la película Amadeus, en la que
Antonio Salieri revisa a hurtadillas la composición musical de una obra
de Mozart e imagina el sonido de cada nota en perfecta armonía, como si
Dios mismo las hubiera escrito, son memorables. Salieri, extasiado,
maldice a Dios por vivir en la misma época que Mozart.
Si bien Mozart nació con un don, los genios “naturales” no existen.
Sabemos que su genialidad se debió mucho a la estricta disciplina que
Leopoldo, su padre, un destacado compositor y músico, le impuso. Metió a
su hijo de cuatro años a estudiar música; así, cuando Mozart tuvo los
cinco años y apenas le llegaban los pies al piso al estar sentado frente
al piano, ya dominaba la composición musical y el instrumento. A los 12
años ya era un concertista experto y con su padre viajaba por toda
Europa dando conciertos.
La película no muestra que Mozart trabajó como nadie. En su corta
vida logró componer más de 600 obras maestras. Sus manos eran un
prodigio, pero se deformaron de tanto practicar, tocar y tomar una pluma
de ave para componer. “La gente se equivoca al pensar que mi arte surge
de manera fácil –le escribe Mozart a un amigo–, te aseguro que nadie ha
dedicado tanto tiempo y pensamiento a la composición como yo. No existe
maestro famoso del que yo no haya estudiado su música industriosamente
varias veces.”
Solemos pensar que la creatividad es algo con lo que se nace y que es
un asunto que atañe sólo a los artistas. Pero la realidad es que sin
importar a lo que te dediques, todos la necesitamos: desde la joven que
busca conseguir un permiso de sus papás, los vendedores que quieren
cerrar una venta o los ingenieros que necesitan resolver el desvío de un
río.
Así mismo, asociamos la creatividad con algo espontáneo, nuevo,
diferente; y la paradoja está en que para lograrla requiere de todo lo
contrario: disciplina, rutina y hábitos.
Todos sabemos cuán doloroso es querer plasmar una idea en una página
en blanco, en una tela, en un producto o en el escenario a partir de
cero. Sólo después de procrastinar de varias formas tu trabajo, es que
te enfrentas a ti mismo con humildad.
¿Cómo disparar la creatividad? Crea un ritual y comienza. Twyla
Tharp, en su libro The Creative Habit, es lo primero que nos sugiere.
Llevar a cabo actos como poner cierto tipo de música, prender una vela,
llenar una taza de café, meditar un rato, nos ayuda a calentar los
motores y a marcar ese momento en que invocamos a la musa y nos
disponemos a soltar la mano para crear. Recuerdo que Isabel Allende
tiene el ritual de comenzar a escribir sus novelas los días 8 de enero,
eso le da suerte.
Los rituales son poderosos y los atletas lo saben también; su valor
radica en que te empujan a comenzar, a dar el primer paso a pesar de tus
miedos, de la flojera o de lo que sea.
Lo asombroso es que cuando con valor aceptamos un reto y nos
comprometemos, algo maravilloso sucede, la membrana se rompe, así como
el pollo al salir del cascarón, y las musas no sólo nos rodean y nos
ayudan a nacer, sino que nos proveen de todo tipo de apoyos que
favorecen a la creación. Ignorar esta verdad elemental, puede matar un
sinnúmero de ideas espléndidas.
Podríamos concluir que si bien hay condiciones que favorecen a la
creatividad; Mozart no hubiera podido componer un Cosí fan tutte, si no
hubiera tenido el valor, la paciencia, la disciplina y mucho trabajo
para lograrlo.
Fuente: Milenio
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