José Antonio Marina
Vuelvo a Madrid, tras un viaje relámpago
a Barcelona para participar en unas jornadas de la Fundación Sport y
Cultura. Antes de mi intervención ha habido un interesante debate sobre
la importancia de las redes sociales… para el marketing. Sobre su
posible utilización educativa, les hablaré otro día. Hoy quiero comentar
un tema controvertido. El Gobierno ha
aprobado el anteproyecto de Ley de igualdad de trato, en el que se
prohíbe que escuelas públicas –por lo tanto, también las concertadas- puedan segregar a sus alumnos por su sexo. Vaya por delante mi postura:
me parece conveniente la educación mixta, pero creo que debemos
estudiar seriamente si tal como está organizada en este momento no perjudica a las chicas.
En realidad, a lo que me resisto es a
ideologizar la educación, sea en un sentido o en otro. Nuestra
obligación como docentes es ser la “conciencia crítica de la sociedad en su conjunto” sobre temas educativos. La casualidad ha hecho que en el AVE viniera leyendo el libro Cuestión de sexos, de Cordelia Fine. La autora menciona el libro de Susan Pinker, La paradoja sexual, que
aborda la pregunta de por qué “las mujeres inteligentes con plena
libertad de elección no escogen los mismos caminos y en igual cantidad
que los hombres. A pesar de no tener ninguna barrera de por medio, no se
comporta como clones masculinos”. En El cerebro infantil he estudiado las diferencias entre el cerebro masculino y femenino. Hay diferencias significativas, que no influyen en la inteligencia general, que es igual en ambos sexos, pero sí en las preferencias e intereses de cada uno de ellos. Aún así, hay que advertir que la mente surge de procesos neuronales configurados por la cultura y adaptados a ella.
En este momento, preparo
un estudio para la Fundación Repsol sobre cómo fomentar en España
vocaciones científicas, matemáticas, técnicas y empresariales, y
me he encontrado con varias investigaciones que demuestran que la visión
que estamos dando de estas actividades desaniman a las chicas. Paul
Davies y sus colegas dieron a un grupo de alumnas de empresariales dos
artículos retocados para que los leyesen.
Uno describía
al empresario como persona creativa, informada, estable y generosa, y
afirmaba que esas cualidades se daban por igual en hombres y mujeres. El
otro describía al empresario como una persona agresiva, autónoma, capaz
de asumir riesgos, características que pertenecían al estereotipo
masculino. Luego se les preguntó si estaban interesadas en ser autónomas
y dueñas de una pequeña o gran empresa. A las alumnas que puntuaron
bajo en el índice de proactividad (es decir, la tendencia a mostrar
iniciativa, identificar oportunidades, actuar y perseverar hasta lograr
los objetivos) les fue indiferente qué artículo leyesen. Pero ¿qué pasó
con las mujeres muy proactivas? Como cabe esperar de esas mujeres tan
decididas, su interés por una carrera empresarial era alto, pero se vio
notablemente reducido después de haber leído el artículo en que se decía
que empresarial es igual a hombre.
El prototipo de una profesión se integra
o no en la identidad de una persona, incluida su identidad de género.
Las películas transmitieron la imagen de que los informáticos eran unos
“obsesos de la informática, que se pasaban los días encerrados con el
ordenador y bebiendo latas de cerveza y que en los ratos libres se
sentaban en el sofá a ver una película de ciencia ficción por centésima
vez”. Sapna Cheyan, psicóloga de la Universidad de Washington, se
interesó por saber si esa imagen de loco de la informática ahuyentaba a
las mujeres de esa profesión. Estaban realmente mucho menos interesadas.
Y sin embargo, esa imagen no es verdadera. De hecho, en su fase inicial
la informática fue cosa de mujeres, porque la programación requería
mucha paciencia y cuidado. Cheyan y sus colegas supusieron entonces que
si se cambiaba la imagen, aumentarían las vocaciones femeninas.
Cambiando la decoración de la clase, Cheyan consiguió aumentar el
interés de las alumnas: “Cambiado el entorno de la informática se puede
hacer que aquellos que sientan poco o ningún interés vean un nuevo
aliciente en él” (CHERYAN, S. ET ALT.: “Ambient belonging: How stereotypical cues impact gender participation in computer science“, Journal of Personality & Social Psychology, 97, 6, 1045-1060).
Fuente: Aprender a pensar
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