Si nos imaginamos como sería nuestra vida con un cociente
intelectual más alto, que llegase a superar la media de la población,
seguro que nos vemos con un buen trabajo, un buen sueldo, haciendo lo
que nos gusta y satisfechos con nuestra vida profesional. Sin embargo,
la superdotación intelectual puede convertirse en nuestro peor enemigo si no recibimos la ayuda adecuada.
Pablo tiene
45 años y sólo lleva ocho sabiendo que posee una alta capacidad
intelectual, lo que ha marcado su vida hasta la actualidad. Estudió
hasta 3º de BUP, pero no llegó a terminar su formación y sólo cuenta con el graduado escolar.
Tras
su etapa educativa, estuvo 20 años trabajando como administrativo de
una empresa, pero en 2008 fue una víctima más de la crisis económica y
lo echaron a la calle. Fue entonces cuando Pablo se decantó por su
verdadera pasión, la música. Montó una empresa de venta de instrumentos musicales,
en la que actualmente trabaja, y se dedica a componer música, está
preparando un disco y trabaja en un proyecto didáctico para dar difusión
académica al Jazz en España.
Pablo siempre se sintió diferente y
sufrió diversos problemas en su infancia y adolescencia. Según explica,
su capacidad le supuso numerosas trabas, entre otras, que no cuenta con
“estudios brillantes” y cree que de haberla descubierto antes, habría tenido más salidas profesionales al haber estado más preparado.
“Antes la situación era muy precaria y de mí se decían cosas muy dispares, que era disléxico, que tenía conflictos internos, etc…”.
Siempre tuvo problemas sin saber a qué se debían, era muy tímido y se
comportaba de otra forma, pero achaca a que “no había un interés
especial” el que no se descubriese su capacidad. “Buena parte de la culpa está en la Administración porque
no se han establecido unas normas y los profesores no están preparados
para estos casos, pero la culpa la tenemos todos, incluso los padres”.
Alicia Rodríguez Díaz-Concha, presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST), explica a El Confidencial que cuando este colectivo no es atendido de la forma debida, “hay entre un 50 y un 70 por ciento de fracaso académico” y, una vez fuera del sistema educativo, “la Administración se desentiende de ellos”. Todo esto repercute en sus metas profesionales y personales, y en el propio país, que “desestima el potencial natural de estas personas”, haciendo que muchos lo desarrollen fuera de España.
Como la sociedad no saca provecho de este colectivo, “suelen establecerse como autónomos
y los que tienen una mayor capacidad creativa optan por la escritura,
pintura, música, informática y nuevas artes”. Además, el Estado no
facilita ayudas a los superdotados, por lo que tienen que buscarse la
vida “para encontrar becas o subvenciones”.
Otro de los problemas con los que Pablo se ha encontrado es con los prejuicios que existen sobre ellos.
“Se tiene la imagen del empollón, pero no es así. Tampoco se
corresponde la imagen que daría yo. No se puede mitificar a la gente en
este asunto”.
Este hombre considera que la imagen preexistente
sobre los superdotados “les condiciona mucho” y asegura que “si todos
fuesen académicamente como la gente se imagina, no habría problema”.
“Piensan que puedes ser bueno en matemáticas, pero no saben que la creatividad es una parte muy importante de la inteligencia”.
Tras descubrir que era superdotado se sintió “aliviado”
Pablo afirma que “estaba anulado”
en su trabajo como administrativo, pero el enterarse de su capacidad
fue “como encontrarse a sí mismo”. “No era resolutivo, estaba frustrado y
creía sobre mí todo lo contrario de lo que hoy pienso”, explica y
asegura que “si constantemente sufres con algo, no desarrollas tus
cualidades por muy hábil que seas”. Cuando supo que era superdotado se sintió “aliviado” porque estaba “retrasado emocionalmente”. Ahora, este hombre “se está realizando y está desarrollando sus capacidades”.
Alicia Rodríguez habla de los problemas psicológicos que pueden llegar a desarrollar estas personas, ya que hay muchos casos de melancolía depresiva.
“Es muy duro no encontrar un grupo afín, encontrarse solo e
incomprendido desde menor. Si a esto se le añade, un mal diagnóstico,
sea el caso de hiperactividad, déficit de atención, etc. y se le
comienza a medicar, entra en un circulo patológico”.
Pablo
considera que su superdotación le ha proporcionado cosas positivas
“cuando ha empezado a sentirse atendido”. El hecho de sentir confianza
en sí mismo le ha hecho crecer y descubrir cosas nuevas. “Ahora sí estoy triunfando.
Lo que hago me tiene contento y es lo que quiero hacer, esto es un
éxito. A mí el dinero no me importa, me importa ser feliz”, comenta.
Este compositor afirma que es “una maravilla encontrarte a tí mismo en la madurez” y explica que “está evolucionando muy rápido”, lo que le hace pensar lo que hubiese pasado si hubiese descubierto antes su superdotación.
Sobre
el futuro de este colectivo, Pablo no se muestra muy esperanzado. Su
hija, de 16 años, también tiene una alta capacidad intelectual y sus
resultados son parecidos. Sin embargo, esto no le ayudará
profesionalmente. “Ha tenido suerte de haber sido educada en valores, es
una persona equilibrada y le irá mejor personalmente, pero no
profesionalmente”, cuenta Pablo, que se muestra convencido de que aún hoy en día “no se cumplen las expectativas” de esta gente.
Desde AEST piden una educación “en equidad”,
y no en igualdad, para poner fin al problema. “No son más, ni mucho
menos que ninguna otra persona. Como tal deben tener desde temprana edad
una atención educativa, familiar y social desde la normalidad, como
todos los demás colectivos. No por ser más, sino por ser diferentes, y la diferencia debe integrarse desde la normalidad”.
La situación de Luis Muñoz,
de 38 años, es totalmente contraria a la de Pablo. Luis estudió
arquitectura y tras un año de Erasmus en Milán, donde trabajó como
recepcionista de hotel y profesor de español, terminó sus estudios para
dedicarse durante seis meses a trabajar como albañil para conocer de
primera mano cómo funcionaba la profesión que había elegido.
A
partir de 2003, comenzó a trabajar en un estudio de arquitectos en
Leganés, en una inmobiliaria, en una promotora e, incluso, en una
constructora. Tras esa etapa, apostó por las casas prefabricadas de
madera y empezó con las tasaciones, a lo que se acabó dedicándose forma
exclusiva. Sin embargo, a partir de 2009 la crisis económica también se
cebó con él y se tuvo que poner a trabajar como agente de seguros.
Actualmente, es representante de una empresa de perfumes y ha dejado a un lado la arquitectura. “Las expectativas que se tienen nunca se terminan de alcanzar. Yo no estoy contento con mi vida laboral porque no he encontrado la estabilidad, pero creo que no tiene nada que ver con mi capacidad”, explica a El Confidencial. De todas formas, este hombre asegura que quizás, si se hubiese valorado
su capacidad a tiempo, se hubiese podido enfocar su potencial de otra
forma.
Sentirse diferente a los demás, una de las claves
Luis
empezó a sospechar de su capacidad a los 16 años, cuando leyó un
reportaje sobre el asunto, pero ya se sentía diferente desde tiempo
atrás. Desde pequeño siempre sintió una hipersensibilidad fuera de lo
común, pero fue a partir de la adolescencia cuando le surgieron los
verdaderos problemas. “No terminaba de encajar con mis compañeros, tenía inquietudes y gustos que me callaba para que no me llamaran raro”.
Sus gustos abarcaban temas muy variados, pero no encontraba nadie con quien compartirlos. “O eres tú o estás solo”,
dice Luis y comenta que intentó integrarse con el resto de sus
compañeros, aunque de forma “artificial”. “No me gustaba salir e intenté
ir a discotecas para estar con los demás, sin embargo, llega un momento en el que tienes que ser tú mismo”.
No fue hasta los 29 años cuando Luis confirmó que era superdotado. “Saberlo me marcó un antes y un después.
Me supuso un punto de partida, se ordenaron todas las piezas de mi vida
y comencé a entenderme mejor”. Hasta el momento, se sentía “frustrado y
asegura que de haberlo sabido antes “hubiese podido rendir más académicamente y aprender a estudiar con eficacia”.
Por ello, apuesta por hacer una valoración temprana sistemática a los niños
para descubrir si tienen una capacidad mayor o menor de lo habitual y
recibir una atención adecuada. “El sistema académico es muy repetitivo y
no fomenta la creatividad. Debería haber un cambio para que se aprenda
de forma más dinámica y creativa, ya que cuenta más el equilibrio
emocional que ser listo para aprobar”.
Además, alerta de los usos
que se pueden hacer de la superdotación. “Se puede encauzar a hacer
cosas buenas o malas” y por el bien de la sociedad se debería tener en
cuenta para que no se emplee en la parte negativa. Explica que, por
ejemplo, Hitler o Sadam Hussein eran superdotados.
Lo que sí asegura Luis es que “nunca es tarde” para descubrir esta capacidad
porque “a partir de ese momento empiezas a sacarle rentabilidad”.
Además, pone como ejemplo el de un socio de AEST, de 80 años, que acaba
de darse cuenta de que es superdotado, después de toda una vida
sintiéndose diferente, y ahora está “feliz y jovial”.
De todas formas, asegura que ser superdotado no ayuda a conseguir un trabajo acorde a sus capacidades.
“Lo que interesa es gente del montón porque hay miedo sobre hasta dónde
puedes llegar o de que peligren sus puestos de trabajo”, explica.
Fuente: Idealista
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